Jorge Luis Borges escribió un extraordinario cuento. No, realmente escribió muchos cuentos extraordinarios (y esta bloguera no va a perder ni un segundo de tiempo ajeno y propio en explicar que Jorge Luis Borges figura en las primeras líneas de la lista de los mayores escritores del siglo XX). Pero hay un cuento que suscita, en estos momentos, una especial reflexión. Se llama «El soborno«, y se publicó dentro de ese imprescindible libro que es «El libro de arena». El que quiera puede encontrar un enlace al texto del cuento, y al libro completo, pinchando aquí. Una lástima si así lo hace quien esto lea, porque por menos de 10 euros puede encontrar el libro completo en cualquier librería o en libro electrónico, y esta bloguera, a contracorriente, cree en los derechos de autor y en el derecho de un escritor a ser retribuido por los frutos de su ingenio, y a transmitir ese derecho a sus causahabientes. Pero supongamos que el lector o la lectora no quiere ni gastarse eso en uno de los grandes libros del siglo XX; en ese triste caso, puede encontrar el texto pinchando donde ya se ha indicado. Y para ilustrar un post como este, qué mejor que incluir la portada del libro, en la edición clásica de bolsillo de Alianza Editorial.
«El soborno» trata, como el título permite deducir, de un soborno. De un extraño soborno a un profesor ejemplar de alto nivel académico, llamémosle A, por otro especialista de inferior categoría, llamémosle B, mediante un inédito sistema: el de atacarlo. El especialista de inferior categoría B no soborna con dinero ni favores ni con halagos al de más categoría B; lo soborna con la sensación para él mismo y para los demás de que está siendo justo; es decir, soborna su vanidad. Curioso, inteligentísimo soborno.
El profesor de superior categoría A, que se precia de imparcialidad, ha de asesorar para que se escoja entre B y C, para conceder tal cosa concreta. C es amigo, discípulo, compañero, y además lo ha ayudado sin esperar recompensa. B, el que soborna, no es nada de eso, ni lo ha ayudado, y tiene méritos parecidos a C, aunque quizá menores, y por su forma de ser no solo caía mal a A, sino a todo el mundo. El especialista B consigue inclinar a balanza en su favor mediante el sistema de publicar un trabajo doctrinal en el que de forma sibilina y anónima, pero transparente para cualquiera del gremio académico, ataca a A. Por tanto A, persona sin duda justa, decide recomendar a B, precisamente para que nadie, ni él mismo, piense que se ha dejado llevar de la parcialidad ni de la venganza. Así lo dice el personaje:
«He cedido tal vez a la vanidad de no ser vengativo«.
Este soborno no encajaría en el Derecho Penal, como otros que aparecen en las portadas de los periódicos, o peor aún, que no aparecen, pero sí en la definición del diccionario de la Real Academia:
soborno1.
(De sobornar).
1. m. Acción y efecto de sobornar.
2. m. Dádiva con que se soborna.
3. m. Cosa que mueve, impele o excita el ánimo para inclinarlo a complacer a otra persona.
En estos tiempos de sobornos evidentes y sórdidos, no está de más recordar que hay otros sobornos. Unos sobornos que no por literarios son menos reales. Afortunadamente, los sobornos de ahora pasarán. Este «Soborno» de Borges quedará para siempre. Dejando aparte la reflexión filosófica sobre la vanidad humana y las muchas formas del soborno, incluido este tan infrecuente, siempre queda la belleza de la literatura, incluso, o mejor, especialmente, en tiempos fangosos como los que vivimos. Eso nunca podrá esta bloguera pagárselo nunca suficientemente a Jorge Luis Borges, ni a su memoria, ni siquiera habiendo pagado, como lo ha hecho, al comprar sus libros.
Verónica del Carpio Fiestas