De tolerancia y convivencia

Este no es un post jurídico ni político. Voy a tratar de convivencia y tolerancia. Ya comprendo que no interesa, pero tenía que escribirlo.

Para cualquiera que observe la vida social y política española no creo que ofrezca duda que, al menos en la sobreactuación de los medios de comunicación y de las redes sociales, se está generando y propiciando, y abunda, una crispación innecesaria. Con demasiada frecuencia al adversario político se le califica de enemigo y se considera que quienes votan distinto son idiotas, malvados o desinformados. En las redes sociales el anonimato fácil, unido a la posibilidad de respuesta inmediata irreflexiva, saca lo peor de demasiados, sin responsabilidad salvo casos contados; teclado en mano, demasiada gente se convierte  en energúmeno social virtual.  Pero incluso cuando el mensaje no llega a agresión verbal, es detectable en redes sociales un excesivamente habitual desprecio hacia quien piensa distinto.

Una sociedad donde el desprecio hacia quien piensa distinto es cotidiano, y se considera normal y hasta inevitable, es una sociedad más pobre moralmente. Y una sociedad donde esto no se considera un problema que haya que solucionar con algo más que la represión en casos extremos es una sociedad que va a peor. Es un problema social y de responsabilidad y de educación. Y no creo que las redes sociales sean el problema; solo facilitan la expresión irreflexiva de lo que ya se piensa fuera de redes sociales, y lo ponen de manifiesto y magnifican.

Me pregunto si en los colegios se enseña que la responsabilidad consiste también en asumir los actos propios y no ocultarse en el anonimato para, como jaurías o lobos solitarios, atacar a quien piense distinto, o, como grupos de hooligans, enfrentarse a navajazos verbales; y lo que eso en definitiva significa también fuera de las redes sociales. Me pregunto cuántos progenitores son conscientes de que no se trata solo de controlar qué contenidos resultan accesibles por internet a sus hijos e hijas menores de edad, sino de  qué responsabilidad deben enseñarles a asumir como personas civilizadas en sus relaciones por redes sociales, para que lo aprendan y apliquen de menores y de mayores dentro y fuera de redes sociales. Claro que un progenitor que insulte a quienes piensan distinto en Twitter, y no es consciente de lo que eso revela de él mismo, y del daño social que su tuit, junto con el de muchos, causa a la convivencia, difícilmente enseñará ni con la palabra ni con el ejemplo a su prole  en qué consisten la educación, el respeto, la convivencia y la tolerancia, dentro y fuera de redes sociales.

Es urgente rebajar el nivel de crispación y para ello es urgente entender qué es la tolerancia. No pretendo dar lecciones a nadie, pero sí me gustaría explicar lo que entiendo por tolerancia, o por desiderátum de tolerancia, con un ejemplo. Y no cito a Voltaire, cuyo clásico «Tratado sobre la tolerancia» ha sido objeto de anterior post en este blog porque ese libro, del siglo XVIII, responde a un contexto muy concreto y que quiero pensar superado, salvo para terroristas y asesinos: el contexto social e ideológico malsano de que hay que matar a quien piensa distinto. Voy a dar por sentado que aquí ya hemos decidido no matarnos y ser más ambiciosa.

Las definiciones de conceptos no son casuales ni inocentes. Empecemos con el diccionario de la Real Academia.

tolerar.

(Del lat. tolerāre).

1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.

2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.

3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.

4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

¿Se da usted cuenta de que las acepciones 1 a 3 son negativas? Es decir, que se «tolera» aquello que no queda más remedio que aguantar, a regañadientes; lo moral o socialmente reprochable, aunque se acepte, lo que sería mejor que no existiera y que no queda más remedio que aceptar o soportar, porque no queda otra. No por casualidad se llamaba «casa de tolerancia» al burdel; admitido, pero considerado moralmente reprochable.

Pero en una democracia  quien piensa distinto no es alguien moral o socialmente reprochable a quien haya que «tolerar» a regañadientes, que se ha de sufrir con paciencia y que sería mejor que no existiera. Salvo los casos contados de opiniones inaceptables, y que para eso están en el Código Penal, y en el entendido de que hay un mínimo aceptable por todos, el pluralismo político es sencillamente la esencia de la democracia. En España, recogido nada menos que en el artículo 1 de la Constitución, entre los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico:

Artículo 1

    1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

No voy a entrar en las distintas definiciones de pluralismo político, ni tampoco en hasta que punto pueda estar condicionado por el  artículo 6 de la Constitución, que establece los partidos políticos como cauce para el pluralismo. Porque por cualquier vía que se siga, el pluralismo político difícilmente puede disociarse de la convivencia y de la coexistencia de opiniones, y de que es esencia constitucional que esa variedad no solo existe y exista, sino que es bueno que exista.

O sea, que no nos quedamos en la acepción 1ª ni en la 2ª ni en la 3ª de «tolerar»; ni siquiera en la 4ª. Se trata de ir más allá. Porque la desaparición de opiniones diversas es sencillamente que la democracia deje de existir; y quien no comprenda que quien piensa distinto no es idiota, malvado o desinformado, quien no comprenda que es deseable para la convivencia que haya quien piense distinto, me temo que no ha terminado de captar qué es la democracia.

Con un ejemplo quizá consiga explicar a qué me refiero. La deliciosa película «El hombre tranquilo» de John Ford, que figura en cualquier lista de las de mejores películas de la Historia del Cine, contiene una escena de lo más descriptivo que he visto nunca sobre lo que creo que ha de ser la verdadera tolerancia. En un pintoresco pueblo irlandés en los años 30 del siglo XX conviven dos facciones ideológicas, una mayoritaria, cada una con sede local y su jefe local de filas. Por los superiores del jefe de filas local de la facción minoritaria se plantea cerrar la delegación local, pues por la escasa implantación no merece la pena tenerla abierta, y se envía a una persona para que inspeccione y decida. Y los de la facción mayoritaria, encabezados por su propio jefe de filas local, para que los minoritarios no se queden sin sede ni jefe local, porque no son ni enemigos ni adversarios sino convecinos y amigos aunque piensen distinto, ofrecen una calurosísima bienvenida al enviado de la otra facción, vitoreando cuando pasa en coche por el pueblo, para que el visitante crea que su propia facción tenía más apoyo del que pensaba y decida no cerrar la sede local.

quiet man

Cómo el jefe de filas local de la facción mayoritaria, vitoreando como el pueblo entero y animando a que vitoreen, disfraza su propia vestimenta, para que el visitante no se dé cuenta de que pertenece a los otros, es de las más hermosas escenas de la Historia del Cine.

La mayoría ayudando a la minoría a mantener sus derechos; una facción ayudando a otra porque no son enemigos sino parte de una sociedad que es bueno que sea plural. Eso exactamente, creo, son la democracia y el pluralismo político, o lo que deberían ser.

Soy una idealista, ya, o algo peor. Salvo en pueblos idílicos de película antigua sería imposible imaginar que una facción ideológica entendiera que la tolerancia consiste, no en soportar a regañadientes a las otras facciones, y por supuesto en no insultarles, sino incluso en apoyarlas y ayudar a su supervivencia. son 3 o 4

Llámeme buenista.

Y, por favor, que le quede claro: este post no va en absoluto sobre pactos electorales. Va de algo bastante más importante.

Verónica del Carpio Fiestas

Acerca de Verónica del Carpio Fiestas

Abogada desde 1986. Colegiada ICAM nº 28.303 Profesora de Derecho Civil en el Departamento de Derecho Civil UNED desde 1992 Despacho profesional: C/ Santísima Trinidad, 30, 1° 5, 28010 Madrid (España) Tf. (+34) 917819377 e-mail veronica@delcarpio.es En Twitter @veronicadelcarp
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Una respuesta a De tolerancia y convivencia

  1. icástico dijo:

    De acuerdo con lo que dices pero los mejores ejemplos de intolerancia, discriminación y desprecio hacia la opinión contraria los he visto en la clase política, empresarial y medios de comunicación, con estos mimbres no podemos pretender que las redes sociales sean ejemplo de tolerancia, ocurre, además, que los malos comportamientos destacan sobre los buenos, son noticiables, pero la inmensa mayoría no es intolerable, como ocurre también, creo, of line. Un saludo.

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