Ordalía

Se incluye aquí un sistema para mentir de forma discreta y garantizada a todo riesgo, por si puede ser de utilidad. Lo inventó, o divulgó apropiándose de leyendas anteriores, un señor alemán de los siglos XII-XIII llamado Gottfried von Strassburg, o sea, Godofredo de Estrasburgo. Lo único que se necesita, como dice el tal Gottfried, del que, por cierto, se conserva, dicen, este retrato,

es disponer del apoyo de un dios omnipotente pero cortesano, comprensivo, flexible, condescendiente y adaptable; eso, créanlo o no, viene a decir este Godofredo en una obra literaria del siglo XIII, al menos en la edición de la prestigiosa editorial que maneja esta bloguera.

Y aquí ese dios de esas características lo tenemos: se llama «prensa«. Alguna incluso se llama a sí misma «prensa independiente«.

Quién no conoce aquí la literatura altomedieval germánica. Pero para el caso remoto de que alguien que lea esto por un momentáneo lapsus de memoria no recuerde el episodio de la ordalía de Tristán e Isolda según Gottfried, lo cuento.

Resumiendo: Dª Isolda ha tenido un idilio con D. Tristán. Hay habladurías en la corte; se ve obligada a someterse a uno de los pintorescos juicios de entonces: una ordalía que demuestre al rey, su marido, que no ha yacido con varón.

La ordalía, el eficaz sistema judicial de la época, y que no solo se daba en los libros y existió también por estos lares en esta versión y en otras análogas, era muy cómoda, rápida y barata para demostrar algo; aprovecho para proponer que se reintroduzca en nuestro ordenamiento procesal, donde ahora tanto pesan los costes y tan poco la Justicia y donde los medios de comunicación sentencian a maquinistas sin juicio previo. En la ordalía se obligaba al presunto a coger con la mano desnuda un hierro al rojo, y el juicio de Dios indicaba si mentía o no, ya que solo se quemaría si mentía.

Parece que en la realidad era infrecuente no sufrir graves quemaduras -qué sorpresa-, y por tanto el presunto era casi siempre culpable, acreditado lo cual se le aplicaba la pena, la muerte, generalmente. La ventaja de estas narraciones épicas respecto de la realidad es que en las narraciones épicas si se decía verdad no había quemaduras. Y disculpe quien esto lea que no se ilustre el episodio; las imágenes que reflejan estos casos son muy desagradables. A cambio se incluye la portada del libreto de la ópera «Tristán e Isolda«, de Wagner, el cual se inspiró en esta accidentada pareja.

Isolda, que sabía lo que se jugaba -la vida-, recurrió a una estratagema. El quid de la cuestión está en la fórmula del juramento, explica Godofredo.

Así que Dª Isolda propone a D. Tristán que se disfrace de pobre y respetable peregrino, salga al paso de la comitiva real, y delante de todos, pretextando ayudarla a cruzar una charca, la coja en brazos, finja tropezar y caigan abrazados a tierra. Y así lo hacen.  Y después, Dª Isolda sugiere a su marido que el juramento sea en los siguientes términos:

«Escuchad lo que quiero juraros: que no hubo jamás hombre que conociera mi cuerpo y que jamás ha habido hombre vivo que haya estado en mis brazos o yacido junto a mí, a excepción de aquel a quien no puedo negar, el mismo a quien visteis en mis brazos, ese pobre peregrino».

Y astutamente añade esto: «Si ello no es suficiente, señor, perfeccionaré el juramento del modo que vos digáis, de una manera o de otra». El rey, claro, engañado con la verdad, no exige más. Dª Isolda agarró el hierro ardiente «y lo sostuvo sin quemarse». Ella, añade Gottfried, para escándalo de los comentaristas, que discuten la ética y la herética del asunto, se salvó «mediante el engaño y el juramente falsificado que formuló ante Dios para que este le restituyera la honra», y fue después elogiada y respetada por su virtud.

Diría que algunos ya conocen esta historia, y tomaron nota con provecho. Hay algún político con importantes responsabilidades de gobierno, que recientemente dijo lo siguiente:

«Todo lo que se refiere a mí y a los compañeros del partido no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los medios».

Obsérvese el paralelismo con la fórmula de Dª Isolda. «Alguna cosa» pueda abarcar cualquier cosa que una prensa omnipotente pero cortesana, comprensiva, flexible, condescendiente y adaptable considere razonable. También aquí el quid de la cuestión está en la fórmula del juramento.

Bueno. Tras la ordalía a la que se someta este señor, veremos  las quemaduras en las portadas de los periódicos. O el brazo incólume.

Y, de todas formas, tampoco hay que andarse con remilgos de fórmulas, que estamos en Españajistán, donde no decir verdad, y que se sepa que no se ha dicho, es gratis. Ayuda que la prensa es omnipotente pero demuestra ser en grado sumo cortesana, comprensiva, flexible, condescendiente y adaptable, además de olvidadiza y selectiva en sus focos. Ahí están, por poner tres ejemplos, tres historias: 1) el DNI de la hija de un rey; 2) los argumentos y datos falsos para justificar unas tasas judiciales que causan graves y repetidos daños a la Justicia y 3) la figura jurídica del finiquito diferido. Casos todos ellos, ya ve usted, donde ni siquiera nadie se ha molestado en buscar una fórmula de juramento que permita irse de rositas, y que, ya se ha visto, dan igual. Porque, oiga, los que no dijeron verdad, y se sabe, ahí siguen, incólumes.

Casi había más dignidad, y ciertamente más sutileza, en la dura Europa altomedieval que refleja Godofredo.

En esa Europa, por cierto, no había ciudadanos; había vasallos.

Verónica del Carpio Fiestas

Acerca de Verónica del Carpio Fiestas

Abogada desde 1986. Colegiada ICAM nº 28.303 Profesora de Derecho Civil en el Departamento de Derecho Civil UNED desde 1992 Despacho profesional: C/ Santísima Trinidad, 30, 1° 5, 28010 Madrid (España) Tf. (+34) 917819377 e-mail veronica@delcarpio.es En Twitter @veronicadelcarp
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