Este post no es un post jurídico plagado de datos normativos, como tantos de este blog. Este es un post sobre una cosa muy rara: sobre sensaciones jurídicas personales.
Como lectora habitual de Historia y Literatura del siglo XIX, esta bloguera se ha preguntado con frecuencia qué hacía pensar a los hombres de ese siglo que había llegado el momento de un cambio constitucional. Perdone usted las mayúsculas, el dato personal y el uso de la tercera persona, pero sin las dos primeras circunstancias no se escribiría ese post, y en cuanto a la tercera persona está mal, sí, pero casi peor es usar la primera. Y se dice hombres como término descriptivo no inclusivo, porque las mujeres nada pintaban, aunque hubiera reinas; pintaban como reinas, por ser de una familia, no como mujeres.
Como usted recordará, en el siglo XIX hubo muchas constituciones, desde la primera de Cádiz que obligaba a los españoles a que fueran justos y benéficos. Y a esta bloguera, esa extraña sucesión le ha sugerido siempre la reflexión de si aparte de los bien conocidos bandazos de poder, o de ser una muestra de la también bien conocida inestabilidad de un siglo terrible de espantosas guerras exteriores y sobre todo civiles, habría quizá en cada ocasión una sensación general de cambio de ciclo que hiciera pensar, de forma consciente o inconsciente, que los cambios normativos debían ir más allá de las reformas legislativas ordinarias y abarcar también los principios y las estructuras jurídicas.
Esta bloguera nunca ha conseguido llegar a una conclusión sobre el siglo XIX. Lógico; una simple jurista de a pie no tiene capacidad para analizar la psicología histórica de los pueblos.
Y tampoco llega a ninguna conclusión sobre el siglo XXI.
Pero si no sabe lo que hay en un pueblo en su conjunto, ahora y antes, sí puede saber lo que siente personalmente y lo que percibe en su entorno.
Y percibe en estos momentos una curiosa sensación de necesidad de cambio histórico y de cierre de ciclo, como no ha vuelto percibirla desde otro momento histórico del siglo XX que sí dio lugar a una modificación relevante: la Transición.
Siendo niña y adolescente tirando a empollona, esta bloguera percibía en la Transición lo que ahora identifica como una sensación general de la necesidad de cambio, una efervescencia general. Cada día el periódico traía noticias que se leían con fruición y se era muy consciente de que un error de planteamiento podría ser fatal y de la necesidad de tener sentido de la responsabilidad. En el siglo XX había habido una terrible guerra civil, y ya era una mejora, porque en el XIX había habido no una, sino varias. Estaba también la sombra permanente del Ejército, que no solo en el siglo XIX había tomado las riendas de la política.
Hoy también esta bloguera, que ya no es niña ni adolescente, percibe exactamente esa misma sensación general de cambio, esa misma curiosa efervescencia general. Un cambio y una efervescencia que poco tienen que ver con los que en 1982 trajeron al Partido Socialista Obrero Español al Poder -pese a que entonces se consideraba un cambio muy serio-, ni con ninguna de las posteriores elecciones.
La sensación personal es que aquí está pasando algo más.
Y lo interesante es que en esa efervescencia han desaparecido las dos sombras que en 1975-1978 pendían sobre la ciudadanía. Nadie -o muy pocos- piensan que exista el riesgo de que por un error de planteamiento vayamos a matarnos unos a otros de nuevo. Nadie piensa que el Ejército tenga nada que decir al respecto; el papel constitucional del Ejército, por fin, tras doscientos años, ha quedado encarrilado.
La oportunidad es única, y la cosa está como no puede decirse mejor que con las palabras de Lewis Carroll, el autor de Alicia:
«Ha llegado el momento – dijo la Morsa-
de hablar de muchas cosas:
de zapatos y barcos y lacre.
De coles y reyes, y de por qué hierve el mar
y de si los cerdos tienen alas«.
Y ojalá esta vez de verdad seamos todos justos y benéficos.
Verónica del Carpio Fiestas