Mi propuesta es muy concreta: una página web oficial con la lista completa de los nombres de los fallecidos por coronavirus, para preservar su memoria. Los muertos por coronavirus no son unos números en unas estadísticas: son personas con nombre y apellidos. En las grandes catástrofes -atentados terroristas, accidentes de avión o de tren- constan y se difunden oficialmente los nombres de los fallecidos y datos como su nacionalidad o edad e incluso su rostro. Tras la espera lógica para que el público no se entere antes que la propia familia, las autoridades los difunden y los medios de comunicación los recogen. Y en las ceremonias fúnebres oficiales esos nombres se recuerdan y mencionan, porque los nombres son valiosos, porque se trata de personas y no de estadísticas y como personas hay que recordarlas, no como números. Por ejemplo, en las ceremonias oficiales por el décimo aniversario del 11-M se soltó un globo blanco por cada una de las víctimas mientras se iban diciendo los nombres, plenamente conocidos. Por citar un accidente de avión del año 2020 en Teherán, se difunden los nombres, las nacionalidades y los rostros; y por mencionar un accidente terrible en España de hace pocos años, el del tren Alvia en Angrois, se iban difundiendo los nombres y datos de las víctimas según iban siendo conocidos y la lista completa. Y es que en las catástrofes hay que hacer todo lo posible para identificar a las víctimas para para que se sepa el alcance exacto de la catástrofe y para preservar la memoria de las víctimas y esa memoria no es y no debe ser de una cifra, sino de una persona con un nombre. Bien lo saben quienes, por la memoria histórica promovida muy especialmente por partidos como los que componen el actual Gobierno, dedican sus esfuerzos a recopilar y divulgar los nombre y datos de asesinados y represaliados en la guerra civil y franquismo, y por eso hay listados en internet con buscadores de víctimas del franquismo por asociaciones de memoria histórica y hay bases de datos oficiales.
Pero en el caso de las víctimas de la mayor catástrofe en España desde la guerra civil no sabemos oficialmente el nombre de las víctimas. Son meras estadísticas, una y otra vez. ¿Qué memoria histórica se preservará de las víctimas de la mayor catástrofe que ha sufrido España desde la guerra civil cuando ni los nombres sabemos? Porque el concepto de Memoria Histórica no se limita a la guerra civil. Y esto no es cuestión de protección de datos o de derecho a la intimidad; el evidente interés general de preservar la memoria colectiva de una horrible catástrofe colectiva y del sufrimiento individual y colectivo y el evidente interés general de poder comprobar cuántas victimas hay exigen que sepamos los nombres, al igual que existe ese interés general cuando un avión cae o un tren descarrila y nadie lo pone en duda.
Y saber los nombres implica algo importante: determinar quién es exactamente una víctima del coronavirus con criterios ciertos, indiscutibles y plenamente cognoscibles y comprobables. Sería inaceptable un baile de cifras, y ese baile se evita con una lista con nombres y apellidos y circunstancias y que sea pública; y que quien crea que su familiar fallecido no está en la lista pueda solicitar que esté si en efecto debiera estar, de modo que no haya duda de que se guardará su memoria. Y los criterios han de estar perfectamente definidos. Por ejemplo, ¿hay quizá fallecidos a los que no se les hizo el test de coronavirus y otros cuyo certificado de fallecimiento consta que ha muerto por «insuficiencia respiratoria», sin más? ¿Son víctimas o no lo son? ¿Y quién lo define? Es de interés general que se sepa. Y no solo ahora, sino para el futuro; si no se conservan los nombres y no son públicos y por tanto constatables ciento por ciento, podría dificultarse quizá un análisis científico serio que pueda ayudar a evitar que una catastrófica pandemia que creíamos impensable vuelva a repetirse en un futuro.
Epidemias terribles han asolado la tierra durante siglos; muchos escritores han recogido horribles experiencias de las muchas pestes que la Humanidad ha sufrido, como Mesonero Romanos en la España del siglo XIX o Samuel Pepys en la Inglaterra del siglo XVII. Y también los documentos oficiales, y voy a referirme a uno concreto en España: el Boletín Oficial del Estado o, mejor dicho, su antecedente, la Gaceta de Madrid. Quien lea la Gaceta de las últimas décadas del siglo XIX hasta 1901 encontrará listas de fallecidos en Madrid, incluyendo la causa de muerte y con especificación de cuántos por enfermedades infecciosas y por no infecciosas; que la muerte por peste ha rondado siempre incluso sin epidemias como tales, y debía saberse. Por ejemplo, la Gaceta de Madrid de 18 de mayo de 1901, con los nombres, edad, direcciones y causa de muerte, con mención expresa a los muertos por enfermedades contagiosas, porque se trataba de datos de evidente interés general, exactamente igual que lo es ahora,
¿Qué ceremonias fúnebres oficiales se celebrarán por las víctimas del coronavirus si no sabemos ni quién es víctima? ¿De verdad vamos a seguir con cifras, olvidando que las víctimas no son números sino personas con sus nombres? ¿O es que hemos llegado a la aberración jurídica de que una falsa protección de la personalidad pretérita de fallecidos no nos permita poder recordarlos y los sepulte en el olvido?
Verónica del Carpio Fiestas