Doce trabajos de Hércules, dice el mito. Uno de ellos, ridículo: limpiar de estiércol los enormes establos de un tal Augías, los cuales estaban bastante sucios tras décadas sin pasarles una escoba. El sistema ideado por Hércules: desviar un río -cuán antiecológico- para que atravesara los establos y arrastrara la porquería -más antiecológico aún-. El mito es poco representado en Arte; queda fatal pintar o esculpir a un fornido semidiós en tan antiheroica tarea, y aún más con la cara de bobo que se le queda al final por culpa del listillo de Augías, quien pretextó, para no pagar la remuneración acordada, que quien realmente había limpiado la porquería era el río.
Bien. En relación con este mito, y considerando que estamos en agosto, se va aquí a traer a colación una cosita muy light: una deliciosa obra de Agatha Christie. Se incluye una foto de esa autora. No, una foto de su tumba; al fin y a cabo, era la reina del crimen.
La señora Christie escribió un libro encantador de cuentos más o menos policíacos en el que, partiendo del nombre de pila del detective belga Poirot, Hercule (y se dice «de pila» porque, lo afirma varias veces el propio personaje, es, y lo dice en francés, «un bon catholic«), efectúa un tour de force de doce cuentos, uno por cada trabajo de Hércules. «Los trabajos de Hércules» se llama este libro pleno de sentido del humor; si no lo ha leído, ya está tardando.
Uno de los cuentos se titula, precisamente, «Los establos de Augías«. De eso va este post. O no.
¿Y de qué trata el cuento? Se encarga al detective Poirot que intente impedir lo imposible: que se difunda algo de lo que ya empiezan a correr en los primeros rumores, el robo de los fondos del partido, durante muchos años, por un importante y aparentemente intachable político, ya jubilado. Es un terrible caso de corrupción desconocido, que de repente va a saltar a la luz. El político corrupto retirado es padre de una hija, que está casada con un relevante político honrado del mismo partido. Ese segundo político encarga a Poirot que intente buscar alguna fórmula para intentar acallar el escándalo del robo; si el escándalo saltara a la luz, el desprestigio del político modelo salpicaría a su partido, que perdería las elecciones. Las pruebas de la corrupción se encuentran en poder de un periódico sensacionalista de la peor especie. Poirot no alcanza un acuerdo con el director del periódico, un tipo despreciable, el cual suele no publicar ciertas cosas a cambio de -oh- dinero. [Qué cosas más raras se le ocurren a una autora de novelas de detectives, ¿verdad? Claro que si cosas de este tipo suceden de verdad, sería entonces, en los años 30 del siglo XX, fecha de ambientación del cuento. Ahora estas cosas no existen; menos mal.]
Y estando en estas, para empeorar las cosas, de repente empieza un runrún por insinuaciones insidiosas del periódico sensacionalista sobre otro tema muy distinto: la vida personal de la hija del político corrupto, la casada con el político honrado. Y el periódico publica fotos inequívocas que demuestran que la señora, hasta entonces considerada intachable, engaña a su marido con un guapo joven, bebe, lleva una vida de crápula.
Terrible escándalo. Y desesperación del esposo por los incomprensibles ataques contra su casta esposa, lo que se suma al quebradero de cabeza previo de que en cualquier momento se divulgue la corrupción de su suegro.
La señora demanda por difamación al periodicucho. Y se celebra un juicio con un resultado impactante.
Porque resulta que todo lo del escándalo de la pobre señora es absolutamente falso; un infame montaje del periódico. Incluso declaran dos testigos afortunadamente localizados por Poirot: un joven y la mujer fotografiada -físicamente parecida a la calumniada demandante-, personas de buena fe que habían sido contratadas por uno que se identificó como periodista para lo que les contó que se trataba de inocentes reportajes publicitarios.
Las frenéticas negativas del periódico no convencen a nadie. Se considera acreditado el asqueroso montaje, pierde el pleito y resulta condenado a pagar una elevadísima suma como indemnización. El periódico se arruina, así como su crédito moral.
Perfecto.
Salvo en un detalle menor: que resulta que era toda esta historia del montaje periodístico destapado era mentira.
Lo que realmente había sucedido era muy distinto. Poirot, de acuerdo con la señora, a espaldas del marido, había recurrido a esa estratagema para desacreditar al periódico, con el propósito de que cuando este publicara los datos verdaderos del robo por el padre/suegro, se considerara simplemente otra infame conspiración contra una familia ejemplar. El propio detective había contratado a los dos figurantes que aparecían en las fotografías, pero dando la impresión de que era ese periódico quien contrataba, y filtrado todo al periódico como verídico.
Como puede verse, el sistema de Poirot es el mismo que su tocayo mitológico: desviar un río. Aquí, el poderoso río metafórico de la opinión pública, que limpia arrastrando la porquería. La porquería que hay y también la que parece que hay, pero no hay.
Y ya está. Hasta aquí el cuento.
Qué curioso que, habiendo tantos temas de actualidad jurídico-política sobre los que escribir, se le haya ocurrido a esta bloguera escribir sobre este divertido caso novelístico, de novelita de quiosco, de manipulación de la opinión pública.
Porque esto no tiene nada que ver con la situación española de nuestra época, ¿no? No hay nada en la purísima realidad política de los últimos años que permita suponer que se use jamás por nadie la técnica de tapar escándalos verdaderos con otros inventados o hinchados, lo que se llama «cortina de humo». ¿no? ¿NO?
¿O sí?
¡Jo! yo leí ese libro con 15 años y, por supuesto, en esa edición que vendían en el kiosko del barrio. Buen postio para volver al foro con la fe en la humanidad renovada. Un abrazo.