«Llegó el mes de agosto, cuando tenía que rendir el segundo examen. Según la opinión corriente, quince días debían ser suficientes para preparar las asignaturas. Federico, sin poner en duda sus fuerzas, se tragó de corrida los cuatro primeros libros del Código de Procedimientos, los tres primeros del Código Penal, muchos trozos de la jurisdicción criminal y una parte del Código Civil, con las anotaciones del señor Poncelet. La víspera, Deslauriers le hizo hacer un repaso que se prolongó hasta la madrugada; y para aprovechar el último cuarto de hora siguió interrogándole en la acera mientras caminaban.
Como se realizaban varios exámenes simultáneamente, en el patio se hallaban muchas personas, entre ellas Hussonnet y Cisy, pues no se dejaba de asistir a esas pruebas cuando se trataba de compañeros. Federico se puso la toga negra tradicional y entró, seguido por la gente, con otros tres estudiantes, en una gran habitación iluminada por ventanas sin cortinas y con bancos a lo largo de las paredes. En el centro, unas sillas de cuero rodeaban una mesa con tapete verde que separaba a los examinandos de los señores examinadores, todos ellos con togas rojas, mucetas de armiño y birretes con galones dorados.
Federico era el penúltimo de la lista, lo que no dejaba de ser una mala posición. A la primera pregunta, sobre la diferencia entre un convenio y un contrato, confundió el uno con el otro. El profesor, que era un buen hombre, le dijo: «No se azore, señor; tranquilícese.»
Luego le hizo dos preguntas fáciles que obtuvieron respuestas vagas; y pasó a la cuarta. Aquel mal comienzo desalentó a Federico. Deslauriers, frente a él entre el público, le decía por señas que aún no se había perdido todo; y en la segunda pregunta sobre derecho criminal estuvo pasadero. Pero después de la tercera, relativa al testamento cerrado, como el examinador se mantuvo impasible durante todo el tiempo, aumentó su angustia, pues Hussonnet unía las manos como para aplaudir, en tanto que Deslauriers prodigaba los encogimientos de hombros. Por fin llegó el momento en que tuvo que responder acerca de los procedimientos judiciales. Se trataba de la impugnación en tercera instancia. El profesor, extrañado por haber oído teorías opuestas a las suyas, le preguntó en tono brusco:
-¿Es esa su opinión, señor? ¿Cómo concilia usted el principio del artículo 1351 del código civil con ese trámite extraordinario?
A Federico le dolía mucho la cabeza por haber pasado la noche sin dormir. Un rayo de sol que entraba por las rendijas de una celosía le daba en la cara. De pie detrás de su silla, se contoneaba y se retorcía el bigote.
-Sigo esperando su respuesta -dijo el hombre del birrete con galones dorados.
Y como el gesto de Federico le molestaba sin duda, añadió:
-¡No la encontrará en su barba, seguramente!
El sarcasmo hizo reír al auditorio, y el profesor, halagado, se mostró más afable. Le hizo otras dos preguntas acerca del emplazamiento y los sumarios, y luego bajó la cabeza en señal de aprobación. El examen había terminado y Federico volvió al vestíbulo.
Mientras el bedel le quitaba la toga para ponérsela inmediatamente a otro, lo rodearon sus amigos, que acabaron de aturdirlo con sus opiniones contradictorias sobre el resultado del examen. Lo anunció poco después una voz sonora a la entrada de la sala:
-¡El tercero… ha sido aplazado!
-¡Embalado! -exclamó Hussonnet-. ¡Vámonos!”
La ventaja de tener blog propio es que se puede escribir sobre lo que se quiera. Y lo que a esta bloguera, que es docente, estando a fines de verano y con los exámenes de septiembre en puertas, le ha apetecido como tema de post es lo arriba transcrito: un examen de Derecho en el París de 1840, en el que el examinando suspende. Se trata una larga cita, literal, de «La educación sentimental«, de Gustave Flaubert, una de esas novelas magistrales de cualquier lista de «las diez grandes novelas»; si no la ha leído, los clásicos los tiene usted gratis en internet y en las bibliotecas y en cualquier librería la encuentra por menos de diez euros.
Es más que probable que esta descripción de un examen real de Derecho y del ambiente universitario fuera absolutamente exacta. Flaubert es bien conocido por su maniática atención al minucioso detalle en descripciones y alusiones históricas, hasta el punto de, por ejemplo, informarse de los menús de los restaurantes reales donde imaginaba a sus personajes comiendo.
Y en cuanto al examen, observe cómo no han cambiado tanto las cosas, y piense usted en unos exámenes en Españajistán incluso ahora.
- Hay estudiantes que, como el protagonista Federico y sus amigos, dan por sentado que es posible preparar los exámenes en quince días. Que levante la mano quien sea o haya sido estudiante universitario que no lo haya hecho así alguna vez.
- No se duerme el día anterior al examen, por la empollada. Que levante la mano el que sea o haya sido estudiante universitario y no lo haya hecho así alguna vez. Y quien, como el protagonista de la novela, no se haya resentido en los resultados obtenidos por ese esfuerzo innecesario de última hora.
- El estudiante va repasando la materia camino del centro de examen, incluso en voz alta y ayudado por un amigo, pensando que eso sirve para algo. ¿Que usted no lo ha hecho nunca?
- Al examinando le molesta un rayo de sol en la cara y siente que eso le perjudica. Que levante la mano el profesor al que nunca un alumno le haya pedido cambiarse de sitio en un examen porque le daba el sol en la cara, o al que en una revisión de examen no se le haya alegado ese argumento.
- El profesor se las da de ocurrente y le ríen la gracia. Que levante la mano el alumno que no haya visto esto nunca, o el profesor que no lo haya hecho. Este mismo blog es un ejemplo de ello.
- Salir del examen comentando el resultado y sin que dos personas coincidan en la apreciación.
Sí, es verdad, hay diferencias derivadas del tiempo y del lugar. Lo de llevar togas en los exámenes, tanto los examinadores como los examinandos -y tan aparatosas, y con mucetas de armiño incluido, algo que en España nunca ha existido- , lo de los exámenes orales públicos en carreras universitarias, ciertamente, y, por supuesto, last but not least, no hay ni una sola mujer ni entre alumnos ni entre docentes.
Pero, yendo a la esencia, el ser humano estudiante no ha cambiado tanto, o por lo menos algunos. Hay algunos que siguen pensando que se puede sacar una carrera e incluso, quién sabe, hasta de paso aprender algo, que nunca viene mal, con el sistema de empolladas de última hora y acudiendo al examen sin haber dormido.
Feliz examen a todos los que se examinan en septiembre.
Y, con ánimo de evitar subidas de tensión arterial y urticarias a los docentes que han de corregir, y en propio beneficio de los alumnos de Derecho, se recuerda que
- la palabra «cónyuge» se escribe exactamente «cónyuge»;
- las herencias, y esto es un recordatorio para los que se examinan de Derecho de Sucesiones para que no se líen, son jurídicamente muy distintas de esas curiosas herencias que nos cuentan del Sr. Pujol y del rey Juan Carlos, que aparecen mágicamente en Suiza;
- y las declaraciones de los ministros no dan lugar a cambios legislativos, puesto que solo es norma lo que se publica en el Boletín Oficial correspondiente, y esto se aclara porque es cotidiano que los medios de comunicación incluso oficiales -la propia web oficial de La Moncloa y las cuentas de Twitter de políticos con responsabilidades de gobierno- «confundan» ley con proyecto, proyecto con anteproyecto y anteproyecto con declaraciones en prensa, incluso si se trata de declaraciones en prensa de ministros de Justicia.
Sin perjuicio de la importancia de la ortografía, estos dos últimos puntos merecen especial atención INCLUSO por los que no se examinan de Derecho ni son estudiantes, y por tanto se recomienda encarecidamente que se preste esa especial atención a esto.
Y, ahora se confiesa, eso es precisamente el principal motivo de que se haya escrito este post. Cuánto se siente que se haya tenido usted que tragar un fragmento de la mejor literatura del siglo XIX para ello.
Verónica del Carpio Fiestas
No hay ni una vez que haya pasado por estas páginas en las que no haya encontrado motivos para agradecerte el tratamiento, siendo un lego en el Derecho, en ocasiones parco en agradecimientos.
Hoy me enmiendo: «muchas gracias». El enfoque (que nos hace llegar hasta el final a los que NO nos examinamos de Derecho, ni pensamos hacerlo) es enormemente atractivo.
PD – Ya se han cumplido las bodas de plata de mi licenciatura en Psicología y confirmo la veracidad de los puntos 1, 2, 3 y 6. Los 4 y 5 no son de aplicación porque, en lugar de exámenes orales teníamos exámenes «tipo test» (unos cuestionarios exánimes, en la mayoría de los casos, achacables a la vagancia de ciertos profesores; «penenes», les llamábamos).
Gracias
Gracias por su amabilidad:-)