Las elecciones o el fracaso absoluto de la política de igualdad

Es falso que una imagen valga más que mil palabras. Las imágenes se miran y no se ven. Llevamos cuarenta años de Constitución y de elecciones generales, y en la larga lista de elecciones generales desde 1978 la ciudadanía ha visto miles de fotos de los candidatos a presidentes de Gobierno y miles de imágenes en movimiento de debates electorales en televisión, pero la ciudadanía sigue mirando sin ver, por ceguera selectiva, voluntaria o no. La ciudadanía sigue viendo sin ver que en todas y cada una de las elecciones generales en cuarenta años absolutamente todos los candidatos a presidentes del Gobierno, los cabezas de los principales partidos estatales, son y han sido siempre varones, salvo quizá la excepción de Rosa Díez en un par de elecciones hace una década por un UPYD muy minoritario.

Tras cuarenta años de una Constitución que establece la igualdad y no discriminación como principio esencial en sus artículos 1 y 14 y que exige políticas públicas para la promoción de la igualdad real y efectiva en su artículo 9.2, tras muchas décadas de incorporación de España a instituciones internacionales y entes supranacionales que propugnan la igualdad como principio esencial, tras haber firmado todo tipo de convenios internacionales sobre igualdad y tras doce años de la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, y habiendo nuevos partidos que, como los antiguos, se llenan la boca con la igualdad, seguimos sin una sola presidenta del Gobierno, sin un sola candidata a presidente de Gobierno vía moción de censura y sin una sola candidata como cabeza de partido que merezca siquiera estar en un debate en televisión. Incluso algún partido se permite el lujo de utilizar el femenino en su denominación mientras nos enseñan la imagen de su candidato, un señor con barba; sarcasmo sangrante, como el del jefe de otro partido que, en una elección anterior, envió en su lugar al debate televisivo a una subordinada, o como eso de que se planteen debates electorales televisivos solo de mujeres cuando ninguna es candidata a presidenta.

Voy a citar al Edgar Allan Poe de «La carta robada»:

«—Hay un juego de adivinanzas —replicó él— que se juega con un mapa. Uno de los jugadores pide al otro que encuentre una palabra dada, el nombre de una ciudad, río, estado o imperio; una palabra, en fin, sobre la abigarrada y confusa superficie de un mapa. Un novato en el juego trata generalmente de confundir a sus contrarios, dándoles a buscar los nombres escritos con las letras más pequeñas; pero el buen jugador escogerá entre esas palabras que se extienden con grandes caracteres de un extremo a otro del mapa. Éstas, lo mismo que los anuncios y tablillas expuestas en las calles con letras grandísimas, escapan a la observación a fuerza de ser excesivamente notables; y aquí, la física inadvertencia ocular es precisamente análoga a la inteligibilidad moral, por la que el intelecto permite que pasen desapercibidas esas consideraciones, que son demasiado evidentes y palpables por sí mismas.«

La palabra de enorme tamaño que nadie ve en los mapas políticos que nos representan las imágenes de los debates electorales y en los debates de investidura y en las mociones de censura, es una palabra muy dura: «discriminación«. ¿Somos tan novatos en esta democracia que buscamos y vemos las palabras pequeñas en el mapa electoral que nos muestran los debates y no vemos una palabra tan enorme como «discriminación»?

Hay que decirlo alto y claro, porque es inocultable: las políticas públicas de promoción de la igualdad real y efectiva, políticas que el artículo 9.2 de la Constitución obliga a promover a los poderes públicos, han sido un completo fracaso.

Y hasta tal punto es el fracaso completo que no solo seguimos sin ninguna presidenta, no hay mujeres entre los principales candidatos a presidente, ni una mujer en los debates electorales de los jefes de los partidos, sino que, además, eso es invisible a la ciudadanía, que mira las imágenes y no ve, elección tras elección, que la mitad de la población está ausente en la cúpula de la decisión política, o le da igual, o cree que no es lo de verdad importante, porque si le pareciera de verdad importante esto sería un inmenso escándalo nacional de primer orden y no lo es.

Imagine un país con 50% de blancos y 50% de negros, cuya Constitución hace cuarenta años y tras toda una Historia de discriminación, hubiera declarado la igualdad con independencia del color de la piel, prohibido toda discriminación e impuesto a los poderes públicos la promoción de políticas efectivas de igualdad; imagine que ese país tuviera una y otra vez y siguiera teniendo siempre en cuarenta años la foto electoral con solo blancos y con cero negros. E imagine ahora que, además, esos blancos dieran lecciones de igualdad de los debates electorales y que, además, la falta de negros no fuera un escándalo mayúsculo.

O imagine un país con 50% de mujeres y 50% de varones, cuya Constitución hace cuarenta años y tras toda una Historia de discriminación hubiera declarado la igualdad con independencia del sexo, prohibido toda discriminación e impuesto a los poderes públicos la promoción de políticas efectivas de igualdad; imagine que ese país tuviera una y otra vez y siguiera teniendo siempre en cuarenta años la foto electoral con solo mujeres y con cero varones. E imagine ahora que, además, esas mujeres dieran lecciones de igualdad de los debates electorales y que, además, la falta de varones no fuera un escándalo mayúsculo.

No siga imaginando. Es lo que tenemos, pero con las mujeres fuera de la imagen y con los varones hablando y decidiendo por ellas, y es tan grande la discriminación y tan inmenso el fracaso de una política pública de promoción efectiva de la igualdad que hay mucha gente que ni lo percibe y ni siquiera es un escándalo, ni mayúsculo ni minúsculo.

Lea por curiosidad su preámbulo de esa Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, ese que habla de la igualdad afectiva y de remover los obstáculos para conseguirla y todas esas cosas, y échese a reír. Si es que le hace gracia la situación de que ni con primarias ni sin primarias, ni con listas cremallera ni con tal sistema ni con tal otro, hay mujeres en la imagen del debate electoral incluso en 2019, cuando Pedro Sánchez nació en 1972, Pablo Iglesias en 1978, Albert Rivera en 1979 y Pablo Casado en 1981, cuando de esos cuatro que han salido en las fotos, todos se han educado con la Constitución vigente; es decir, cuando mujeres de su edad eran ya iguales que ellos desde el punto de vista de la Constitución, pero ninguna ha llegado donde ellos han llegado y nunca y en ningún partido.

Las mujeres entran en los debates electorales de 2019, sí, pero para maquillar y pasar la mopa. Qué divertida anécdota, qué materia para un bonito tuit, qué cosa para comentarlo con risas o incluso con indignación arrebatada, y para olvidarlo de inmediato y centrarse en «lo de verdad importante»; lo de verdad importante cuando se trata de igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, no de boquilla ni de propaganda, es siempre cualquier otra cosa.

No sé cuántos años más tendré que escribir un post del estilo de este. Es el enésimo; incluso ya he usado antes esa gráfica idea de un país de blancos y negros con foto solo de blancos durante cuarenta años. Ya no sé ni cómo intentar transmitir que en serio en España hay un problema gravísimo de fondo de injusticia y discriminación de alcance y consecuencias incalculables, además de ofrecerse un ejemplo terrible a las generaciones que están ahora en formación. Aquí, como en el cuento de Edgar Allan Poe, también hay un robo, una carta robada importantísima que se tiene delante y no se ve, y que no se ve siquiera que está robada: la Carta Magna, la Constitución.

Verónica del Carpio Fiestas

Acerca de Verónica del Carpio Fiestas

Abogada desde 1986. Colegiada ICAM nº 28.303 Profesora de Derecho Civil en el Departamento de Derecho Civil UNED desde 1992 Despacho profesional: C/ Santísima Trinidad, 30, 1° 5, 28010 Madrid (España) Tf. (+34) 917819377 e-mail veronica@delcarpio.es En Twitter @veronicadelcarp
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